Recado de los nacimientos
Yo no he sido tus Paulos absolutos, ni tuve cría en la imagen primera, ni me consolaron las aguas del Palena, tuve el comienzo de mosca pegada, con asfixias en la punta de la lengua, y adentro de la noche un niño me lamía lastimoso el pasado. Pasé y soy la transparente, por donde rodaron mis perfumes enrojecí las tierras natas. Venía bajando de los dedos, cerca de la cintura de la Madre, y tuve fuego de beber fuego en fuego quebrado con fuego revuelto en fuego hundido: tizón que se emanaba desde el silencio cuando me detenía.
Pueden llorarme los nombres de Franciscos, Alejandros, Maximilianos, Hugos o cualquiera, porque los perdí un día de daño, un día de cuneta suelta en la lengua, donde criaba un zoológico de cristal aún reciente, aún reciente digo, aún reciente, reciente se re-siente.
Y los animales volcaban sus sonidos en un huerto blanco, complejo huerto rojo, maravilla de cuerpo destilando aldeanas nuevas, acentos y más acentos en donde ir siguiendo la gradiente del fondo, y caer en los tigres, en los erguidos tigres de la pradera, tan maduro y ágil como niño yendo de regreso a la estrella que marca el punto, donde parte el padre absoluto, el moverse sin moverse y ser instante: ser en el ser.
Pero también estaba la forma, mis sentidos malvados de llamarme Vicente a ratos pordioseros, y diciéndome que claro está el pájaro naciendo de mi boca, y yo decía brasa hirviente tú concédeme los fuegos, aunque artifios sean, dame las bocas para alargar estos movimientos de cielo pleno y rebosado de las malezas que crecen hacia abajo.
Recuerdo que fui una de ellas cruzando puentes me llevé el cuerpo ultrajado un día, blanco el otro y en otro azul volviendo al punto, porque caí, porque voy cayendo, crecí, vine, vencí y
tuve Poesía.
Yo no he sido tus Paulos absolutos, ni tuve cría en la imagen primera, ni me consolaron las aguas del Palena, tuve el comienzo de mosca pegada, con asfixias en la punta de la lengua, y adentro de la noche un niño me lamía lastimoso el pasado. Pasé y soy la transparente, por donde rodaron mis perfumes enrojecí las tierras natas. Venía bajando de los dedos, cerca de la cintura de la Madre, y tuve fuego de beber fuego en fuego quebrado con fuego revuelto en fuego hundido: tizón que se emanaba desde el silencio cuando me detenía.
Pueden llorarme los nombres de Franciscos, Alejandros, Maximilianos, Hugos o cualquiera, porque los perdí un día de daño, un día de cuneta suelta en la lengua, donde criaba un zoológico de cristal aún reciente, aún reciente digo, aún reciente, reciente se re-siente.
Y los animales volcaban sus sonidos en un huerto blanco, complejo huerto rojo, maravilla de cuerpo destilando aldeanas nuevas, acentos y más acentos en donde ir siguiendo la gradiente del fondo, y caer en los tigres, en los erguidos tigres de la pradera, tan maduro y ágil como niño yendo de regreso a la estrella que marca el punto, donde parte el padre absoluto, el moverse sin moverse y ser instante: ser en el ser.
Pero también estaba la forma, mis sentidos malvados de llamarme Vicente a ratos pordioseros, y diciéndome que claro está el pájaro naciendo de mi boca, y yo decía brasa hirviente tú concédeme los fuegos, aunque artifios sean, dame las bocas para alargar estos movimientos de cielo pleno y rebosado de las malezas que crecen hacia abajo.
Recuerdo que fui una de ellas cruzando puentes me llevé el cuerpo ultrajado un día, blanco el otro y en otro azul volviendo al punto, porque caí, porque voy cayendo, crecí, vine, vencí y
tuve Poesía.